28 de octubre de 2009

Una Ventana a la Memoria (cap. VI)

Eso fue lo último que supo Alberto de Mario, él no sobrevivió la noche.

Un ataque fulminante al corazón le arrancó la vida mientras dormía con un grito de dolor. Alberto y Marta corrieron hacia la habitación para descubrir a Sofía llorando desconsoladamente sobre el frío pecho de Mario. La joven corrió hacia ella para abrazarla y tratar de consolarla mientras que Alberto colocaba su mano sobre el pecho del viejo. Sí, se había ido.

Alberto estaba atónito viendo a los ojos a Mario, le parecía imposible que hubiera atinado de una forma tan precisa a hablar de su muerte la noche anterior. ¿Lo habrá presentido? ¿Se lo dijo el doctor? No lo sabría. Es un secreto que se llevaría a la tumba junto con la razón que tenía.

El funeral fue sencillo y breve; y hubiera sido más humilde de no ser por la intervención de Pedro, que vino de Celaya para asistir al funeral de su padre. Sofía presentó a Pedro con Alberto y Marta, y el caballero intentó besar la mano de la joven pero ella la retrajo hacia ella para impedirlo; dicho acto lo acompañó con una excusa: “No me gustan algunas costumbres.”

Pedro era el hombre del que cualquier mujer se podría enamorar; carismático, bien parecido, inteligente, espontáneo y adinerado. Llegó al funeral con un traje negro que lucía costoso y una boina oscura que le daba la sombre suficiente en el rostro. Alberto, por su parte, lo mantuvo en constante vigilancia después de verlo intentar besar la mano de su hermana. Mientras lo observaba, se enteró de que Pedro había decido quedarse unos días en casa con su madre para apoyarla y evitar que se quedara sola.

Las cosas sucedieron como Mario lo había dicho. Sofía le lloró unos días, mas Pedro le insistía en que tenía que superarlo y seguir adelante con la panadería para honrar su memoria. De inicio, ella negó hacerlo; pero la insistencia de su hijo logró convencerla de que sería lo mejor. Alberto se decepcionó de Sofía y sintió repudio hacia Pedro; sin embargo, tenía que mantenerse tranquilo pues Pedro insistía en pasar más tiempo en la panadería para descubrir qué procesos se podían mejorar. Él había estudiado una ingeniería; eso es lo que hacen los ingenieros, son pragmáticos y sólo buscan la forma de optimizar los procesos. Sin embargo, su pragmatismo terminaba donde comenzaban sus artes seductoras.

A pesar de la constante desconfianza de Marta, Pedro recurrió a su madre para que convencer a la joven de acceder a tener unas palabras con él. Alberto era un tanto celoso con su hermana, pues era la única familia que había tenido en su vida y tenía un constante miedo a perderla; sin embargo, no objetaba de manera alguna a que se reuniera con Pedro pues estaba en la certeza que ella regresaría para quedarse a su lado como su hermana y madre.

Sin embargo, las cortas pláticas que tenían en la panadería se fueron transformando en visitas al parque o citas para ir al cine. De vez en vez, Pedro pasaba por donde estaba ella y el intercambio de sonrisas era casi natural.

-Beto. –susurró ella a su hermano cuando regresó de una cita con Pedro- Beto, estoy enamorada.

-¡¿Qué?! –dijo Alberto brincando de su silla- ¡¿Estás loca?! ¿Cómo puedes enamorarte de ese tipo?

-¡Beto! ¡Tranquilo! Yo sólo…

-¡Tranquilo, nada! Ese tipo llegó olvidando a su padre en lugar de recordarlo, es un maldito. Además, tiene treinta y tantos años; tú sólo tienes veintidós. ¿Cómo sabes que no tiene otra en Celaya?

-Porque quiere que me vaya a Celaya con él. Se quiere casar conmigo, Beto.

-¡Ah! ¡Bonito asunto! Ahora quieres hacer lo mismo que él le hizo a su padre, pero conmigo. Te quieres olvidar de mí y largarte con él.

-¡Alberto! Eres mi hermano. Y hemos pasado por demasiado juntos, ¿cómo crees que te voy a olvidar?

-Porque ya lo has estado haciendo. Me dejas solo todo el día para irte con él, mientras yo me quedo atrás en la panadería trabajando, horneando y recogiendo. Hacía semanas que ni hablabas conmigo de esta manera. ¡Que tristeza que me hables para darme tan terribles noticias!

-Alberto… –replicó Marta con voz quebradiza mientras una lágrima rodaba su mejilla- Creí que lo entenderías. Creí que primero pensarías en todas las cosas horribles que vivíamos hace apenas unos años atrás y te darías cuenta de que merezco que alguien me ame al fin, de que alguien me quiera hacer feliz. Creí que primero pensarías en mi felicidad.

-Creí que tú pensarías en la mía también.

-¡¿Qué quieres que haga?! –gritó Marta desesperada por la actitud de su hermano.

-Que no me abandones.

-¡No te puedo llevar siquiera! El tiempo que Pedro ha estado aquí sólo has pensado en pelearle y contradecirle, a pesar de que la panadería no es tuya ni mía.

Alberto hizo silencio y, poco después, se encaminó hacia Pedro que estaba en la sala con su madre.

-Pedro. –dijo tratando de guardar la compostura y caballerosidad- Me he enterado de que quieres casarte con mi hermana. Sólo hay dos cosas que te podría pedir al respecto. La primera, que me lo digas de frente y pidas su mano como debería ser. La segunda, que te la lleves a Celaya junto con tu madre.

Tanto él y su madre como Marta se quedaron sorprendidos ante tal decisión. “Hemos determinado que es lo mejor, amor.”; dijo ella adivinando las intenciones de su hermano. Pedro sólo pidió una explicación más certera, y Sofía la captó más rápido que todos los presentes. Alberto no quería ser abandonado a medias ni quería abandonar a nadie más. En cuanto ellos se fueran, él se iría de la casa y la panadería tendría que ser cerrada u operada por empleados; lo cual dejaría sola a Sofía. Alberto miró a su hermana y le dijo: “Si me vas a dejar, llévatelo todo.

En la madrugada del cuarto día, los hermanos se dieron su último abrazo con lágrimas que hubieran llenado cubetas de dolor. Cada quien tenía su maleta, Marta se iría con los suyos y Alberto caminaría solo. Solitario. Abandonado. Adolorido. Pero si algo supo del horizonte, es que siempre trae paz, luz y calor.

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