19 de mayo de 2011

No a la tortura, sin excepciones

Fuente: Washington Post
Por Charles Fried y Gregory Fried

El asesinato de Osama Bin Laden fue una gran victoria para las fuerzas militares y de inteligencia de Estados Unidos, así como para el presidente Barack Obama. Pero resulta risible la excesiva angustia y preocupación que ha desatado la duda de si Bin Laden estaba desarmado, si estaba a punto de sacar un arma de fuego, si usaba un cinturón suicida o si EU violó la soberanía pakistaní en su persecución del terrorista.

El código de guerra que promulgó Abraham Lincoln en 1863 –el primero en su tipo– dejó en claro que: “la necesidad militar admite toda destrucción directa de la vida o la integridad física de los enemigos armados... permite la captura de... todos los enemigos de importancia para el gobierno hostil”.

Pero el código de Lincoln también dice que “la necesidad militar no admite la crueldad... ni la tortura”.

Todos los hombres y mujeres civilizados están de acuerdo en un punto: la tortura es condenada por las leyes estadounidenses, por las leyes internacionales y por la Iglesia Católica Romana. En 2005, también fue reprobada por el Congreso de EU a instancias del senador John McCain, entre otros.

Ahora, los mismos apologistas que le aplaudieron al presidente George W. Bush por la autorización de la tortura –y no se equivoquen, la técnica del “submarino” es tortura– están trabajando para desprestigiar este gran triunfo contra la tortura. Argumentan que si no hubiera sido por los barbáricos tratos que recibieron los detenidos en 2003, hubiera sido imposible dar con el paradero de Bin Laden.

El reclamo es indecente porque no hay forma de saber si eso es verdad. Además, cualquier intento de probar o refutar ese argumento a favor de la tortura requeriría la revelación de informes de inteligencia que deben permanecer en secreto por la seguridad de EU. Pero, aunque fuera cierto, no prueba el punto a favor de la tortura.

Sin importar qué tan peligroso pudo haber sido, Osama Bin Laden no era una bomba de tiempo que requería ser desactivada de inmediato. Pero su asesinato se usa como excusa para justificar la excepción de imperativos morales que deben permanecer inquebrantables, como la condena absoluta de Lincoln hacia la tortura, o la condena de la degradación sexual como arma de guerra, o el asesinato judicial de una persona inocente para mantener la paz.

Estas cosas nunca se deben hacer. Poner estos límites morales al mismo nivel de las sutilezas jurídicas de la soberanía o la necesidad de una orden judicial revela un sentido de la proporción profundamente desequilibrado.

Aquellos que defienden la tortura y que están usando la muerte de Bin Laden para probar que están en lo correcto, de hecho están probando lo contrario. No importa cuán vil haya sido, Bin Laden no representaba una escena de la serie “24”, con Jack Bauer, en la que un arma nuclear está escondida en el centro de Los Ángeles.

El punto es que una vez que se está dispuesto a cruzar la línea de lo que está absolutamente mal, es necesario responder preguntas que es imposible contestar: ¿Cuántas personas deben estar en peligro para justificar la tortura? ¿Qué tan seguros debemos estar de que ese peligro existe? ¿Cómo asegurarse de que cierta persona es la que nos puede llevar a la bomba y que la tortura tendrá efecto? ¿Qué sucede si los terroristas que colocaron la bomba son inmunes a la tortura o están fuera de nuestro alcance, pero su pequeño hijo no lo está? ¿Podríamos torturar al niño si eso hace hablar al terrorista? ¿Y cómo estar seguros de que va a funcionar?

Uno de los apologistas de la tortura aprobada por Bush sostiene que incluso la tortura del niño debería ser permitida. A falta de un límite para justificar este mal, se propaga el uso de la brutalidad deliberada para validar la tortura, ya sea para salvar a una persona o para ablandar al siguiente sujeto que debe ser interrogado, como en el caso de Abu Ghraib. Parafraseando al fiscal Robert Jackson, tal argumento no tiene ni principio ni fin.

Según Lincoln, el mayor daño que inflige la tortura recae en el torturador. Todos sufrimos dolor y todos debemos morir. Pero mientras vivimos, debemos esforzarnos actuar con humanidad, que es el supuesto objetivo de nuestras batallas. El código de Lincoln proclama que “los hombres que toman las armas unos contra otros en una guerra pública, no dejan de ser seres morales, responsables entre sí y ante Dios”.

Francis Lieber, quien redactó el código en la casa de Lincoln, lo complementó: “El anuncio final del General Halleck, en donde se declara listo para tomar venganza... claramente le dice a sus oficiales y soldados no tomar represalias cruelmente... Si ellos quemaron a uno de los nuestros, ¿entonces podemos quemar indios vivos? La simple imposición de la muerte no es considerada como crueldad” (Nota del editor: En este caso, se entiende que quemar a alguien es considerado un acto de tortura).

La muerte de Osama Bin Laden podría ser sólo un pie de nota de la derrota de Al-Qaeda. Los mismos hombres y mujeres musulmanes que Bin Laden intentó reclutar para su yihad en nombre de su califato al estilo Pol Pot, ahora se están rebelando para tener la oportunidad de vivir una vida decente en una nación democráticamente gobernada por los mismos valores que pregona EU. Su objetivo es también nuestra mayor esperanza de que termine definitivamente esta guerra contra el terrorismo.

Si adoptamos los valores brutales de nuestros enemigos, aunque sea en nombre de la legítima defensa, estaríamos contaminando no sólo su sacrificio, sino el de nuestras propias tropas. Debemos negar a Bin Laden esa victoria póstuma.

3 de mayo de 2011

De Calderón, sus reformas y sus guerras

Convencido y con un fuerte manotazo a su atril, Calderón se una públicamente al “¡Ya Basta!”, pero muy a su manera. Aprovechando la contundente frase del movimiento ciudadano, Felipillo le grita “ya basta” a las autoridades corruptas que entorpecen su cruzada contra el malévolo crimen organizado; especialmente las que están en los niveles municipales y estatales. Es decir, visto desde otra perspectiva, el Presidente tuvo una epifanía mesiánica que lo llevó a declarar (de manera disimulada) que esta guerra ya hubiera sido ganada “si fuera él sólo” y que nadie más hace su trabajo; nadie más que él tiene los pantalones y ése amor por su Patria necesario para llevar esta guerra hasta las últimas consecuencias; nadie entiende, pues, que esta guerra DEBE seguir. Que él va a ser nuestro superhéroe y algún día lo recordaremos como el Caudillo del Bicentenario.

Quizá suene exagerada mi interpretación sobre las palabras del Presidente pero, tratando de ser muy realista, sólo con esa interpretación logro entender lo que piensa sobre su guerra contra el narcotráfico.

Con esas palabras, Calderón buscó redireccionar la protesta ciudadana lejos de sus intocables amigos del gabinete (y de él, obviamente) y hacia los narcotraficantes mismos. Sin embargo, resulta muy interesante observar cómo el tema de la guerra emociona y aviva las pasiones de Felipe. ¿Por qué? ¿Acaso no se da cuenta que el enajenamiento demostrado nos da señales de una clara obsesión patológica? Aún más peligroso que estar en manos de un borracho, es que estemos en manos de alguien con un desbalance psicológico. Tras 40 mil muertes en su sexenio, en las que van revueltos delincuentes e inocentes, uno esperaría algún tipo de sensibilización. Pero no. Cada día se ve más lejos.

Narcocultura: el orígen

El Gobierno Federal impulsa hoy en día una campaña que utiliza la muerte y violencia como medio para frenar el narcotráfico y otras actividades ilícitas. A lo largo de estos cuatro años, hemos podido presenciar como “sangre sigue más sangre” es un refrán muy atinado. Calderón siembra violencia en nuestra sociedad y la cosecha frecuentemente. Sin embargo, ¿qué pasa del lado de los que quieren que esta violencia termine y recuperemos esa extraviada tranquilidad?

Suponiendo que Calderón cediera y el Ejército se replegara, ¿qué seguiría? ¿Se recluirá nuevamente la violencia del narcotráfico a lugares donde no molestaba como Juárez o Tijuana? Hay puntos por todo el territorio nacional que han sido controlados por el crimen organizado durante mucho tiempo, ¿qué pasará una vez que el Ejército y la Policía Federal se retiren definitivamente? Retirar al Ejército, en este preciso momento, no es posible. Debemos caer en cuenta de que esas ciudades tienen poderes gobernantes demasiado difusos ya. ¿Quién controla Reynosa, Juárez o Tijuana realmente? Es evidente la presencia del narco como poder fáctico. De retirar las fuerzas federales, las municipalidades quedarían debilitadas y el narco dejaría de ser tan sólo una influencia.

Por otro lado, algunos indican que debemos buscar un pacto con el crimen organizado para evitar que lastimen a nuestras familias; es decir, haz lo que quieras pero no nos lastimes. Es preciso entender que ello sólo haría evidente el milenario acuerdo tácito que los gobiernos priístas alimentaron.

Nuestra prolongada exposición a los narcotraficantes ha originado un fenómeno cultural que ha llevado a la potenciada generación de elementos para las filas de cárteles: la apología al delito, la narcocultura. Esa idea tan persistente de que lo que está en onda es romper la ley, que viajar es necesario para inspirarse y que imponer respeto a través de la ley del más fuerte es lo correcto. Además de ello, la simbología que se lleva: la Sta. Muerte, Malverde, dibujos de marihuana, íconos de armas, etc. Sin mencionar que la mayor aspiración de una buena parte de los adolescentes de hoy es “tener su trocota para trepar unas viejas”. El problema comienza a saltar a la vista.

La cultura, por lo tanto, debería ser el frente de batalla en el que enfocar los esfuerzos del gabinete calderónico. Suficiente hemos tenido con el acelerado decremento de la calidad educativa en el país como para olvidarnos de otros aspectos culturales. La propuesta de nuevas y ricas iniciativas que impulsen la cultura y la lleve hasta los lugares más recónditos de la Nación será un verdadero golpe a la narcocultura y sus hijos.

La cruda realidad es que somos un país donde más de la mitad de sus habitantes tienen pensamientos como “los científicos pueden ser peligrosos” o “la tecnología nos vuelve artificiales”; un país donde, entre el 25% y el 33%, cree en los números de la suerte o no se han pasado por la biblioteca en lo que va del año. Pero, eso sí, creemos firmemente que más personas deberían estar realizando labores de investigación y desarrollo. Así nos lo señalan CONACyT y CONACULTA, y eso sin tocar lo que se refiere a cultura.

Estos datos nos obligan a concluir que el problema radica, también, en que la cultura no llega a la mayoría de la población. No pidamos que llegue a “TODA” la población, con que llegue a la mayoría podríamos elevar nuestra autoestima como ciudadanos y pensar en un futuro bien planeado.

Así mismo, consideremos que no es sólo responsabilidad del Estado “biencriar” a nuestros hijos; nosotros somos los responsables de los hijos que le entregamos al mundo y, por ello, debemos darles lo mejor de nosotros (y de los demás, si es necesario) para que sean ciudadanos y no más ciudadaños. Entre muchas otras cosas, debemos considerar un cambio positivo de nuestras líneas de pensamiento en torno a la religión, la sexualidad, la economía y la vida misma. Nadie puede pensar en vencer al narcotráfico si no tocamos ése punto de inflexión para revolucionar nuestros paradigmas sociales. Dejemos de educar a nuestros hijos para ser delincuentes abusivos y alentemos a la juventud a caminar hacia el conocimiento y la evolución social.

¿Y dónde está nuestro sistema educativo? Creemos que no se ha presentado por ir a la lujosa rifa de una Hummer.

Reforma infame

En febrero de 1933, Hittler provocó el incendio del parlamento alemán (Reichstag) haciendo parecer que los perpetradores habían sido fanáticos comunistas. Usando esto como pretexto, hizo aprobar una reforma que anulaba las garantías individuales establecidas por la Constitución Alemana; tras la que inició una serie de ataques “necesarios para mantener la seguridad de la nación”. Y, después, se dirigió a la nación:

“Existe un mal que amenaza a cada hombre, mujer e infante de esta gran nación. Debemos tomar acciones para asegurar nuestra seguridad nacional y proteger nuestra Patria.”

Así anunció Hitler la GESTAPO (una policía dedicada a investigar actos de traición en el territorio alemán y que no podía ser sometida a revisiones judiciales o juicios administrativos) al pueblo alemán. ¿Les parece familiar?

Los diputados del PRI y el PAN han presentado un proyecto de reforma a la Ley de Seguridad Nacional con la que el Presidente podría solicitar a las fuerzas armadas intervenir si considera como “amenaza” algún movimiento o conflicto político, electoral, de índole social o laboral. Así mismo, faculta a los elementos del Ejército y CISEN para intervenir comunicaciones telefónicas previa orden judicial, realizar tareas de espionaje y seguimiento a presuntos miembros de la delincuencia organizada e integrar expedientes confidenciales, incluso de carácter político. Sin mencionar que también se le concederá a las fuerzas armadas restringir la circulación de mercancías y vehículos, revisar las pertenencias de particulares en las calles y a requerirles información.

Lo que más sorprende es cómo la bancada del PRI hace coro al PAN en esta reforma. ¿Sus aires de representar un cambio, de regresar a la Presidencia, se han agotado? ¿Acaso están verdaderamente preocupados porque sus viejas costumbres de mantener acuerdos que sostienen los negocios sucios sin los saldos rojos conocidos?

Garrido Romo aporta el siguiente texto al explicar la aplicación del GESTAPO:

Schmitt señalaba que la política se basa en la distinción entre amigo y enemigo. Así, en vez de ver la política como una labor de armonización de intereses, la ve como un inevitable enfrentamiento, por lo que la actividad del Estado consiste en mantener la paz, la seguridad y el orden, a cualquier precio. La principal misión del Estado es entonces identificar al enemigo y aniquilarlo completamente.

Es así que el estado de emergencia, que en una democracia es una cuestión excepcional, se convierte en algo prácticamente cotidiano, con lo que en los hechos se vulneran las garantías individuales. De esa forma, la acción del gobierno se funda en un derecho ‘situacional’, es decir, sus atribuciones se magnifican de acuerdo con la situación de riesgo que enfrenta, y de esa manera desaparecen por completo las garantías que establece la Constitución. Entonces, las decisiones del Poder Ejecutivo, en su caso del fuhrer, no están sujetas a control.

Calderón busca el discurso de “unidad nacional”; dicha doctrina buscará aplicar una economía desgastante para el país mientras elimina la movilización social del mapa. Todo ello nos dejará amedrentados al tener que solapar la interminable guerra contra el narco, la cual sólo desestabilizará más y más al país. Nada que no convenga a nuestros vecinitos del norte.

Bajo cualquier perspectiva, las intenciones dictatoriales de Calderón resultan sumamente graves para la nación y los individuos que verán sus garantías y libertades individuales suprimidas. Tan grave como que la aprobación de esta reforma no esté sujeta a una revisión minuciosa en el Congreso sino al intercambio de favores políticos.

Aquello de la posible represión a movilizaciones sociales si el Presidente las considera una amenaza, me ha hecho tener una horrible pesadilla. En ésta, el PRI ganaba EdoMex y, en lo subsecuente, aprobaba la reforma a la Ley de Seguridad Nacional. Con las atribuciones otorgadas, Calderón utilizaba al Ejército para deshacer del “Peligro para México” de una vez por todas. Al final, Ebrard emergía como el sucesor en la Silla Presidencial al haberse autodestruído los demás contendientes. Suerte que fue sólo… ¿una pesadilla?