No sé ustedes pero siempre he dicho que la mejor etapa de la vida es la preparatoria/bachillerato. ¡Hay que admitirlo! Es una etapa de nuestras vidas en la que pasamos de ser pubertos pre-adolescentes a adolescentes tirándole a comportarnos como adultos… bueno, en algunos casos.
En mi caso, recuerdo mucho las aventuras y peripecias que pasé con mis amigos Bernardo, Isaí y Rubén. Muchas de éstas, cabe agregar, se desenvolvieron en torno de un carro muy raro; que lejos de ser raro por la naturaleza de su forma y capacidades automotrices ‘divinamente’ aumentadas, era un carro por el que nos podían identificar a los cuatro en donde quiera que anduviésemos. No había otro Ford Festiva, no había otro ‘Cachi Cachi’ como le decíamos de cariño.
Regularmente, de lunes a viernes, el ‘Cachi Cachi’ se quedaba en la base (es decir, en la casa de Rubén). Entre semana, teníamos la costumbre de pasar al Seven Eleven para comprar nuestra poderosa Big Cola de 3.1 litros. En aquel entonces, la Big Cola era lo más nuevo, barato y grande para nosotros; así que, todos los días, nos comprábamos nuestro refresco gigante para los 4. ¿Y los vasos? Nunca usamos vasos a menos de que uno de nosotros estuviese enfermo… aunque, ahora que recuerdo, nunca usamos vasos. Nunca. Pero, bueno, éramos jóvenes preparatorianos fuertes y resistentes, ¿qué nos podía pasar?
Del Seven Eleven caminábamos a lo largo de la calle Pedro J. Méndez hasta llegar a la Nicolás Bravo, calle por la que pasan todas y cada una de las pe-cerdas (camiones urbanos) que pasaban por el centro. En ese entonces, había un café en la esquina y, enseguida, una nevería en la que esperábamos ver nuestras peseras llegar por nosotros. Con el tiempo, cambiamos a un Kentucky Fried Chicken abandonado que estaba a una cuadra sobre la Nicolás Bravo; ahí era lo mejor, pues al estar cerrado, teníamos TODO el estacionamiento para hacer lo que quisiéramos… curiosamente, nunca pasamos de la banqueta.
Los fines de semana, la historia cambiaba. Rubén tomaría el súper ‘Cachi Cachi’ y pasaría por nosotros para dirigirnos a nuestra próxima aventura. Claro, el motor era de dos cilindros y uno no funcionaba, pero por supuesto que podía llevarnos a los cuatro adentro por apretujados que estuviéramos. Pero, esa no fue su marca, sino cuando el ‘Cachi Cachi’ llegó a transportar a 7 personas dentro de él; ese día descubrimos lo que sentían los payasos de circo. Mas el carro no se rajó y nos llevó a todos a nuestras casas.
Me atrevo a decir que ese carro no tenía madre. No batallaba para andar en lugares pavimentados o sin pavimentar, no batallaba para colarse entre carros, no dudaba en correr si era necesario y, principalmente, nunca dudó en llevarnos a nuestro destino o a nuestra próxima aventura.
Hoy, que ya no está con nosotros, recuerdo con nostalgia aquellas indecibles e incontables aventuras que pasamos por ese carro. Por el 'Zapatito’. Por el ‘Cachi Cachi’.
2 comentarios:
Enhorabuena por el Cachi Cachi...
Yo sufro por Vocho, está desmembrado y lleno de heridas que el tiempo ha dejado en su corazón y su cuerpo blanco aperlado. Hoy anda en busca de un remedio para su falta de paz... Espero lo encuentre.
jojojojoo, no me imagino a 7 tipos en ese carrito, respecto a los cilindros, mi papa tenia un chevetty que dizque era 4 cilindros pero en realidad solo jalaban 3 pero que bien corria ya calientito jojojoj, dejo saludoss!!!
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