25 de febrero de 2010

La vida en un reflejo

“¿Qué es una vida buena?” se preguntaba Aristóteles en aquellos momentos en los que consideraba oportuno sentarse a generar alguna idea. La formulación de dicha pregunta por parte de uno de los filósofos más importantes de la Grecia antigua me hace concluir que el conflicto existencial no es cosa contemporánea como muchos pretenden hacerlo ver. Lo lamento por aquellos que disfrutan de torturar al resto de la humanidad haciendo preguntas agudas y desafiantes sobre su papel en la vida; no son pioneros ni están imponiendo modas. Pero esto nos lleva a adentrarnos en la pregunta que está detrás de la creación de este artículo: ¿Cuál es el significado/sentido de la vida?

Generalmente, no me gusta criticar o hablar de las creencias religiosas de nadie pues cada quien es muy libre de hacer, pensar y decir lo que quiera; sin embargo, antes de herir sensibilidades, aclaro que este es un ejercicio meramente filosófico y no tiene como objetivo insultar los puntos de vista religiosos de ninguna persona.

Considerémonos parte del grueso de la población mundial. Nuestra idea sobre el sentido de la vida iría estrechamente ligado a un ser supremo que tenemos a bien llamar Dios; entonces, nuestra vida tiene sentido porque funciona para alguna parte del plan de este ser supremo. Pero ello no resuelve de manera absoluta el cuestionamiento ni sustenta de manera completa la afirmación realizada pues, de existir él y su plan, el sentido de la vida es proporcional a lo útiles que le resultemos a Dios a llevar a cabo su plan. Si no le somos útiles o no seguimos su plan, nuestra vida no tiene sentido. Sin embargo, deberíamos considerar a las personas que no creen que la vida tenga sentido pero realizan buenas acciones y regalan buenas vibras a otros seres humanos. ¿No estarán ellos aportando al plan de Dios sin saberlo y, con ello, dándole un sentido a su vida?

Nos damos cuenta que no es nada fácil el permitirle a Dios dictar el sentido de nuestra vida, de hecho es bastante problemático. Me baso en el planteamiento platónico para demostrarlo: ¿Por qué tiene sentido el plan de Dios? ¿Porque es su plan o porque planeó algo con sentido? La primera opción nos deja en un plan que no tiene razón de existir y es imposible de sustentar, creo que un plan así no sólo no daría sentido a nuestras vidas sino que, peor aún, las pondría a la deriva. Sin embargo, la segunda opción nos brinda la oportunidad de respirar al decirnos que el plan está trazado porque Dios sabe lo que será bueno para nosotros. Ello debería regalarnos algo de sentido aunque genere una duda más: ¿qué es lo que le da sentido al plan de Dios aparte de su voluntad?

El elemento base de las creencias religiosas es la idea de que todos somos poseedores de una versión etérea de nosotros mismos llamada alma; y esas creencias nos dicen que, en todo momento, cada acción determina poco a poco la forma en que nuestra alma pasará el resto de la eternidad. Este argumento nos lleva a pensar que existe la vida eterna y, habiéndola, nuestra vida tiene sentido porque nos conducimos hacia ella. Pero si existe la eternidad, ¿no se tornarían nuestras acciones irrelevantes en este espacio tan pequeño de tiempo que dura nuestra vida? Es aquí cuando nos damos cuenta de que el único sentido de la vida por hallar es el que se encuentra dentro de nuestro tiempo y no fuera de él.

Entra en cuestión el grupo de personas que sigue este pensamiento. Cuando una persona no cumple con sus metas, puede sentir que su vida carece de sentido; todo lo contrario a alguien que considera cumplirlas. ¿No podríamos considerar demasiado caprichoso este punto de vista? Digo, considerando este punto de vista, la vida de los narcotraficantes tendría mucho sentido pues cumplen con sus objetivos particulares. El sentido de la vida y las metas personales no son equivalentes. Si alguien ejerce alguna profesión que no le haga feliz pero es capaz de aportar algo para la sociedad, tiene tanto sentido en la vida como alguien que cumple con ambas partes.

Ahora bien. He fallado en entender el sentido de la vida que depende enteramente del plan de Dios, el que nos confiere el tener un alma inmortal y el que nos regale el cumplimiento de un rol social. ¿Qué me queda? Sólo la perspectiva científica.

Aristóteles nos grita: “El hombre es un ser racional.” Pero, ¿a qué se refiere con ello? ¿Se refiere a nuestro comportamiento sistemático en el que reprimimos nuestros instintos más básicos? No. Lo que Aristóteles quiso decir fue que tenemos la capacidad de usar la razón y de análisis para indagar la verdad y generar conocimiento; por lo tanto, un hombre que no razona no está explotando su potencial humano. Sin estos rasgos, propios de un ser humano, la vida no es más valiosa que la de un animal. Según la historia que Platón nos cuenta sobre el juicio de Sócrates, éste ultimo prefirió morir a vivir una vida sin curiosidad científica: “Una vida sin examen no vale la pena ser vivida”, fue uno de sus argumentos durante el juicio. Una vida sin examen hacía referencia a una vida que no da nada por hecho y busca corroborar teorías o tradiciones populares a través del método científico.

Sin embargo, ni este argumento que define las funciones principales de un ser humano confieren un sentido a la vida; puede que una vida sin raciocinio y curiosidad no valga la pena pero no quiere decir que el tenerlos tenga sentido por sí mismo.

“¿Qué es una vida buena?” se preguntaba Aristóteles. ‘Bueno’ para él era que un elemento ejecutara sus funciones propias sin problemas; bajo esta premisa, una vida ‘buena’ corresponde a una persona ‘buena’. Una persona buena debería ser aquella que utiliza su racionalidad, con ello puede discernir las virtudes en sus medidas justas. Así, nos damos cuenta que razonar por razonar no es valioso pues existen tareas que exigen alguna capacidad de lógica pero no producen nada en lo absoluto. La razón debe relacionarse de forma adecuada con la acción para poder producir algo en lo absoluto. Este estilo de vida debería conducir a un estado de bienestar interior, según Aristóteles; así se estará confiriendo algo de sentido a nuestra vida.

Al momento, hemos visto las concepciones que considero más importantes sobre el sentido de la vida excepto la que más concierne a este artículo: la mía. Mi concepto sobre el sentido de la vida es tan general y amplio que quizás lo consideren digno de un ignorante; sinceramente, lo dudo. La creencia de que existe un Dios que trazó un plan para la humanidad es fundamental para aquellos que también creen en el destino y yo creo en este ultimo. Además, no veo nada de malo en que la religión imponga ciertas normas morales a la sociedad (la palabra clave es ‘ciertas’); el temor al castigo eterno o a la condenación de nuestra alma ofrece a los humanos un gramo de legalidad. Por otro lado, también creo que lo que importa es lo que hago aquí y ahora para cumplir mis metas; además, de lo bien que lo haga para aportarle algo al mundo con la capacidad de raciocinio que la naturaleza y mis padres me regalaron.

He aprendido que en la vida no existen los adjetivos absolutos, el ‘siempre’ y el ‘nunca’ son relativos a un espacio finito de tiempo. Así que tampoco podemos tomar un concepto del sentido de la vida como rector de las nuestras. Estas ideas son un punto de reflexión para considerar lo que hemos hecho de nuestra vida y lo que esperamos hacer con ella. La vida tiene sentido en la medida que uno le quiera dar significado.

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