19 de octubre de 2010

Transiteando

Debo de admitirlo, normalmente conduzco a una velocidad constante de 60 km/h. Lo cual infringe lo estipulado por las autoridades de vialidad en varios sectores de esta ciudad con límites de velocidad para ciclistas. Pero hoy fue de esas mañanas en las que disfrutaba el fresco de la ciudad a una velocidad apropiada obedeciendo al pie de la letra el Reglamento de Tránsito.

Sin embargo, de la manera más sorpresiva, un oficial de tránsito me indicó que me detuviera de la manera más sutil (se paró frente a mi vehículo y me apuntó la acera). Desconcertado pero de buena gana (y con una mentada de madre atravesada en la garganta) me detuve. El oficial se acerca a mi ventanilla y dio inicio a esta singular conversación:

Tránsito: Buenos días, jóven.
Yo: Dígame.
T: Pues, lo acabo de detener.
Y: (“¿En serio?”, pensé) … Ahm, sí.
T: Las placas.
Y: Sí. Ahí están.
T: Pero es que están vencidas.
Y: ¡Claro que lo están!
T: … Lo tendré que infraccionar.
Y: ¡Claro que eso deberá hacer!
T: … Pero podríamos…
Y: ¿Arreglarlo de otro modo? ¡Claro! Déjeme ir.
T: ¿Qué? Mira que cuerda me salió, jóven.
Y: Le explico. La placa y la tarjeta de circulación son documentos oficiales que le permiten al gobierno identificar a los dueños de un vehículo, ¿cierto?
T: … Aja.
Y: Por lo tanto, me he negado a ser identificado por el gobierno no porque esté realizando actividades ilícitas, sino porque en el desafortunado caso que mi vehículo sea robado y usado para asesinar a alguien seré investigado. Deje usted. Si un narcotraficante llegare a tener ganas de matarme porque lo rebasé, sólo tiene que buscar mis placas en alguna base de datos del gobierno clonada. ¡Más aún! A mi no me gusta ser un número por el gobierno como ya lo soy a causa del RFC, CURP e IFE. Así como usted no tiene por qué ser una placa y número para su jefe. ¡No debemos perder nuestra identidad!
T: …
Y: …
T: Licencia de conducir, por favor.
Y: Sí, oficial.

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