11 de agosto de 2010

"Mi habitación" - Preludio

Amigos míos competían por ver quién escribía lo más triste. No me puedo quedar atrás en la competencia. Es corto y, con toda probabilidad, muy malo pero es un valiente intento. ¡Disfruten!

“¡Mierda! … Sobreviví la noche.” – Es lo primero que viene a mi mente cuando los punzocortantes dedos del sol me acosan hasta mi lecho. Es peor haber sobrevivido. Anoche engullí desesperadamente cantidades industriales de cerveza, esta noche lo único exorbitante es el agudo dolor de cabeza y el incesante chillido del estéreo de algún bastardo que maneja por la calle. – “Ni pedo.”

Los pies logran hacer contacto con esos escasos espacios de suelo que quedan entre la basura acumulada en mi habitación. Mis piernas, en cambio, apenas pueden mantener la verticalidad necesaria para desplazarme hasta el baño; mientras tanto, la insoportable úlcera se activa buscando la manera de hacer aún más tortuosa la mañana… mediodía… tarde… lo que sea.

¿Dónde se me fue? ¿Qué le falto? … Sí, hablo de ella otra vez. Fueron tan impactantes las maneras que aún me pregunto si fue real (el amor, la historia me consta que es real) o si fue una constante hipocresía desde el primer momento.

El afilado reflejo de mis ojos me hace recordar que esas maneras son demasiado… aparatosas. Mucha sangre por todos lados y vísceras. “¿Qué hay del revólver?” Hay que tener estilo para morir, carajo. La sangre ficticia de mi corazón romántico tiene tiempo vertiéndose fuera de mí.

No quiero morir para cortar el maldito ardor torácico que su vacío dejó sino porque tanto dolor no puede ser bueno para su karma… Y heme aquí como el gran idiota que piensa en el beneficio del maleficio mortal. ¡Pútrido amor que tan caro se cotiza en la moneda del dolor pero tan poco en la alegría!

Para herir, hay que tener estilo y ella lo tenía: “Te amo.” Dardos sarcásticos para un corazón desgarrado… Esos son letales.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Cuanto dolor en tan pocas lineas. Cuanto sufrimiento regado con lágrimas que no se secan. Imposible de cuantificar.

Al final del sendero, morir es un arte. Hay quienes mueren con ese don y otros simpelemete dejamos de existir sin morir.