Estaba solo y con la cabeza agachada; sus hombros encogidos y las manos en la espalda; su pelo y su ropa se movían cadenciosamente con el viento. No podía ver su rostro pues el sol del atardecer lo hacía parecer sólo la sombra de ése hombre, del hombre que solía ser.
Hoy vi a un hombre frente a la cruz…
Sonaba tan fuerte su silencio que el viento me susurraba sus sueños. Eran sueños de un pasado, tristezas del presente, melancolía del futuro… Saber que el tiempo no ha parado un momento y que la vida ha continuado con su habitual empuje mientras él se ha debido quedar frente a su cruz.
Hoy vi al hombre frente la cruz…
Y sus sueños eran de un cazador en las montañas, de maneras rudas y amplias manos de hierro; con la piel de un oso cubriendo su espalda y sólo un fiel cuchillo amarrado a la cintura. Un alma libre recorriendo la Tierra buscando su ansiada y romántica costa donde los barcos levan y bajan anclas… donde el canto del mar arrullen sus sueños y el soplo marino refresque su piel… donde poder correr por las calles descalzo intentando, de vez en vez, elevarse para volar con las aves.
Hoy vi al hombre frente la cruz…
Escuché su decepción… decepción de la vida. Sentí su soledad… soledad mezquina. Me dolió su desesperanza… desesperanza de vivir.
Hoy vi a ese hombre frente a la cruz… Ése hombre… es mi padre.
La religión. Una serie de ideologías que han logrado congregar a miles de personas bajo el mismo estandarte, a la vez que tranquilizan sus almas pensando que han asegurado lo que venga tras la muerte. Y es que toda sociedad requiere de una institución espiritual que fije normas morales. Esto lo podemos comprobar porque, desde los tiempos prehistóricos, la comunidad se congrega alrededor de un “sabio” que les indica el camino a seguir de acuerdo a las directrices de un ente superior.
Sin embargo, aún en aquellos tiempos, cada “sabio”, sacerdote o patriarca tenía su propia concepción sobre este ente superior. Lo cual llevaba a crear un diferente conjunto de reglas para cada comunidad; aunque, todos bajo la premisa de que recibirían el “castigo divino” al no cumplirlas y la comunidad debería purificar al individuo. En algún punto, aquellos pioneros en la teología escribieron historias con las cuales sustentar la existencia de su ente superior y lo relacionaban con el entorno en el que vivían; hoy en día las conocemos como mitos. Por ejemplo, las historias de los dioses del Monte Olimpo.
El cristianismo fue esparcido en Europa occidental y, a partir del año 1600, impuesto en el continente americano. Los conceptos del eterno tormento y la absolución de los pecados hicieron que los gobernantes dieran mayor entrada y poder a los miembros de la Iglesia para ganar el favor divino, aumentando con ello su influencia en las decisiones del Estado. Tenemos testimonios históricos de cómo la religión ha influido de manera significativa en la confrontación de varias naciones a lo largo de la historia; como en las Cruzadas del medievo.
Lo que llama la atención del cristianismo es la manera en la que se ha venido dividiendo, creando diferentes corrientes religiosas que compiten entre sí como si se tratase de una especie de concurso para obtener la mayor cantidad de feligreses posible… aunque no es un misterio que tras lo que andan en realidad los líderes religiosos de esas corrientes religiosas, son los recursos que pudieran proveer dichos feligreses. La división del cristianismo se debió, con toda seguridad, a que distintas comunidades interpretaron de distinta manera la Biblia y las costumbres que se habían generado a partir de éstas.
Lo que resulta fascinante son los seguidores de alguna de las religiones derivadas del cristianismo con conocimientos pobres de teología que desconocen o no aceptan sus raíces compartidas con religiones “rivales”. He sido testigo de diálogos como el siguiente:
Sí, pertenece a la denominación Iglesia Católica Apostólica Romana pero su culto gira en torno a la palabra del Cristo y la Biblia; por lo tanto, son cristianos. Hoy en día, existen tantas ramas del cristianismo que pareciera que el cielo está siendo fraccionado para acomodar a los feligreses de una religión en particular en cada lado.
Existen otros tantos que apuntan a los feligreses irguiendo su pecho como todos unos inquisidores acusándoles de estar en la Iglesia “equivocada”. Al no existir una referencia fehaciente sobre la interpretación exacta de la Biblia (tomándola como el texto que contiene, definitiva e incuestionablemente, la palabra de Dios), TODAS las corrientes basadas en ella bien podrían estar equivocadas respecto al sentido original en el cual fue escrita ésta.
Lo que no deja de sorprenderme es cómo los fervientes seguidores del cristianismo luchan entre ellos, o contra los musulmanes, buscando ser “la Iglesia única”, y dejan de lado otros aspectos que suceden alrededor de ellos (sacerdotes pederastas, grupos extremistas, cultos satánicos, etc.). Algunos argumentan que esta búsqueda por ser la Iglesia única se debe a que buscan mitigar todos los mitos argumentados en contra de la existencia del Cristo, pues destruiría la base de esas religiones enteramente. ¿Será?
A lo largo de nuestras vidas, vamos aprendiendo de manera empírica que todo se relaciona con los principios de la causalidad: si sucede A, deberá suceder B. En algunas ocasiones, la consecuencia a una acción es postergada a causa de catalizadores que ralentizan el proceso pero, al final, enfrentamos las consecuencias inevitablemente. Bajo esa premisa, vamos entendiendo que si cometemos una falta seremos sancionados. Mientras más años pasan por nuestra vida, nos damos cuenta de que este simple mecanismo de causa/consecuencia se vuelve más completo y robusto cuando se le añade el concepto de culpa.
El Principio del Control define que sólo podemos tener culpa de algo que está dentro de nuestro dominio pero tendemos a juzgarnos severamente aún cuando el resultado de una causa fuera de nuestro dominio sea desfavorable. Esta paradoja es conocida como el problema de “la suerte moral”, la cual complica las ideas en torno a cómo debe asumirse la responsabilidad moral.
Y es que existen situaciones en las que surgen factores que no nos permiten contemplar algunas consecuencias o accidentes que podrán desembocar en un error grave, lo cual configura un entorno aterrador por la ausencia de control sobre factores externos. El tipo de suerte moral involucrado en esos casos es la suerte resultante. Ésta se puede mitigar si tratamos de controlar tantos factores como nos sea posible pero, a final de cuentas, habrá mucho escapándose de nuestro control.
No obstante, es un hecho innegable que el acierto y el error existen. Al enfrentarnos a un cuestionamiento para el cual no conozcamos la respuesta correcta, no implica que nuestra respuesta sea apropiada o siquiera aceptable. Los aciertos se juzgan con las consecuencias sin importar cuales hayan sido las intenciones y los errores son tan grandes como las consecuencias que traen. Por lo tanto, el Principio del Control no es absoluto.
La culpa se extiende
En 1976, Bernard Williams define el concepto de “el arrepentimiento del agente”. Éste se hace presente cuando pensamos “ojalá hubiera sucedido de otra manera”. Está ligado a nuestras acciones que han llevado a consecuencias no deseadas; mas no es lo mismo que el remordimiento (que aparece cuando hemos actuado de una manera que no deseamos).
El arrepentimiento del agente es quizá uno de los sentimientos más abrumadores porque puede llegar a presentarse aún cuando se tiene la sensación de haber hecho lo correcto y que, de repetirse la situación, procederíamos de la misma manera.
Williams ejemplifica lo anterior con el caso donde un automovilista atropella a un niño aún cuando condujo con precaución. Con toda seguridad sus amigos cercanos intentarán consolarlo y evitar que se sienta culpable; sin embargo, podría ser mal visto que el pesar del conductor se alivie demasiado pronto ya que la conexión es innegablemente estrecha. Aquí podemos distinguir la diferencia entre el arrepentimiento del agente y el remordimiento: si él hubiera conducido ebrio y atropellado al niño deseará haber actuado de manera diferente para evitar el accidente; en el caso expuesto, él deseará no haberlo atropellado ya que está seguro de haber conducido con precaución.
Agreguémosle mayor profundidad al ejemplo de Williams. Asumamos que el conductor es un joven de 24 años que está en su casa viendo el televisor. En algún momento, llega su madre del trabajo y le pide que vaya al supermercado (en auto) por refrescos y pan con los que acompañará la comida que está a punto de cocinar. El joven, que cuenta con considerable experiencia al volante, acepta y se dirige con agrado al supermercado. Por el otro lado, imaginemos que a 6 calles de ahí, un niño juega en su patio a atrapar la pelota con su hermano, quien le ha impreso demasiada fuerza a su último lanzamiento. Descuidadamente, el niño corre hacia la calle tratando de atrapar la pelota. El joven que va rumbo al supermercado ve al niño atravesarse frente a él y frena tan rápido como puede pero su fútil esfuerzo desemboca en el atropellamiento de todas maneras. La madre y el hermano del niño, ¿tienen una responsabilidad directa en la situación? Mientras que el joven sentirá el arrepentimiento del agente (puesto que actuó de la manera correcta aún cuando las consecuencias fueron graves), los otros dos actores sentirán, con toda seguridad, remordimiento al ser atrapados por esta suerte antecedente.
El factor pureza
La suerte moral se convierte en un problema cuando consideramos a la responsabilidad moral como un asunto de blanco y negro (pureza moral); es decir, si esperamos juicios definitivos sobre quién es culpable o delimitaciones bien definidas de nuestras responsabilidades. Sin embargo, si la pureza no nos significa demasiado, veremos a la suerte moral como un recordatorio de que la vida no es fácil.
Margaret Walker insiste en que lo más sensato será siempre analizar el contexto moral de las personas que considerar las acciones de manera aislada. Al analizar el contexto completo, veremos que la responsabilidad pasa de ser un asunto de blanco y negro a toda una gama de tonos grises; como sucedería al analizar el contexto del caso de atropellamiento.
“El agente no es una voluntad racional autosuficiente que se exprese cabalmente cada vez que se le presenta una decisión, sino un historial de elecciones y concesiones juiciosas o no, por las cuales los acontecimientos son significativos en términos de mayor alcance, de situaciones vigentes, de proyectos pasajeros o esenciales, hasta llegar a incluir una vida entera.”
Margaret Walker, “¿Suerte moral?”
La vida, lato sensu, nos pide que nos hagamos responsables de muchos acontecimientos y consecuencias que nosotros no hubiéramos escogido. Esto es parte de lo que significa ser humano y por qué alabamos a quienes puede lidiar bien con toda consecuencia gracias a su benevolencia e integridad. De acuerdo a esto, la suerte moral no limita el actuar moral de las personas sino que les brinda una forma de ejercitar otras virtudes.
Finalmente, entendamos que debemos ser capaces de identificar hasta qué punto las acciones y sus consecuencias están dentro de nuestro control más que pensar en la responsabilidad que éstas significan puesto que invertir tanto tiempo en lo segundo podría llevarnos a una incertidumbre que nos paralice, lo cual podrá resultar fatal si una acción es urgente en determinada situación. Siempre debemos estar preparados de forma realista para aceptar las consecuencias y responsabilidades que surjan de nuestro actuar.